Si hay algo que me traje de Buenos Aires después de un año
viviendo allí fue el sentimiento de desasosiego, de inseguridad, de miedo. Por
suerte, duró poco.
Recuerdo volver a Madrid y salir de fiesta y alucinar al
escuchar como mis amigos y amigas me comentaran tan tranquilos que volvían a
casa caminando solos ¡por la noche! Allí no se podía. O eso se comentaba. A mí
nunca me pasó nada (ni me robaron el móvil si quiera), pero es cierto que me
habían “aterrorizado” tanto que tampoco tenté demasiado a la suerte.
Todos los porteños me advertían: “No lleves joyas o adornos
que parezcan caros”. “Evita mostrar demasiado dinero junto en público”. “Mira a
tu alrededor antes de entrar en el portal”. Y así un sinfín de consejos
aterradores para una chica de pueblo acostumbrada a caminar sola como si tal
cosa.
Mientras estaba allí actué conforme a lo que se me había
sugerido, pero al regresar a España, no entendía la tranquilidad de la gente
que me rodeaba. ¡Volver a casa sola! Estaban locos… pero claro, yo lo hacía
antes y tenía que adaptarme (de nuevo) a la vida en mi ciudad. No me costó
mucho. Sin embargo, aunque el miedo desapareció en cuestión de un
par de fines de semana, mantengo el recuerdo de la sensación de vivir con él.
Estos días, tras leer en los periódicos lo de la violaciónde una chica en Málaga y el desafortunado cúmulo de propuestas de supuesta seguridadfemenina que ha publicado el Ministerio de Interior, he vuelto a recordar ese
sentimiento.
El miedo lleva a la gente a no hablar, a no quejarse, a
aguantar y a tratar de pasar desapercibido por la vida. El miedo es terrible
para el ciudadano pero perfecto para el gobernante. El miedo es el germen de
los/las sumisos sociales.
Yo vivo sola. Viajo sola. Vuelvo sola a casa por la noche (¡qué
remedio!). Así que, por lo visto, soy carne de cañón para convertirme en víctima
de una violación, según el Gobierno de España.
Entiendo, con ese listado de propuestas, que lo que
verdaderamente tendría que hacer es buscar novio (o guardaespaldas, llámalo
como quieras). Un hombretón que me proteja de los maleantes de las calles de
Madrid, que me lleve de compras y, ya de paso, que me anime a vestir un poco
más recatada “porque se pone celoso cuando los otros me miran”. TACHÁN. Asunto
arreglado. Yo no tiento a la suerte y todo nos va mejor a todos: el hombre
siente que vuelve a cumplir su cometido en la sociedad, la mujer deja de intentar
ser libre y con un poco de suerte hasta baja el paro y aumenta la natalidad de
los españoles de verdad.
Pero, yo me pregunto (lástima, no soy tan fácil de
convencer): ¿No sería más fácil que nos educaran para ser valientes e
independientes y, de paso, saber defendernos en caso de necesidad? Porque al
final parece que la mujer es siempre el problema y la solución.
La mujer es una inconsciente al ir sola por la vida porque
todos sabemos que el hombre por naturaleza es lascivo, bastante animal (de ahí
que no pueda contenerse) y, por lo visto, un poco cortito, ya que le cuesta
aprender normas sociales.
La mujer no es el problema, y su libertad tampoco. Si hay
violadores, habrá que luchar contra ellos, no aconsejar a las mujeres para que
no les ataquen. Eso no quiere decir que seamos unas inconscientes y vayamos por
la vida como si tal cosa, esa actitud no debe tenerla nadie hoy en día. Pero ya
está bien de que nos traten por gilipollas porque, querido Gobierno, las
mujeres estudiamos, trabajamos, parimos, abortamos, follamos, conducimos coches y
miles de cosas más porque tenemos cerebro y sabemos usarlo. No hace falta que
nos proteja más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario