jueves, 23 de febrero de 2012

Esperanza

Hace meses, cuando la crisis ya dejó de ser una noticia y empezó a ser el azote de muchas familias e individuos en España, empecé a darme cuenta de un fenómeno, que no es nuevo en la historia pero sí para mí.

A menudo carecemos de empatía (de hecho carecemos de empatía casi siempre) y no somos capaces de ver más allá de una cartilla del banco en números rojos, un deshaucio o un aumento indiscriminado de los parados que empiezan a quedarse sin apoyos económicos.

Todo eso no sólo afecta en lo visible de la vida cotidiana, sino en lo más profundo de todos los que lo viven, en sus estados anímicos y psicológicos.

Ya comenté en su día mis sensaciones al sentirme absolutamente inutil dentro de la sociedad y, lo que es peor, al no poder hacer nada para remediarlo. Pero cada día que pasa miro a mi alrededor y contemplo horrorizada que cada vez es peor.

Los políticos hablan todo el rato de dinero, trabajo, agencias de calificación y, para variar, se echan la culpa unos a otros. Sin embargo, muy pocas veces he oído a ninguno preocuparse de verdad sobre la situación real de los afectados por la crisis.

Para los chinos, el año del dragón (en el que estamos) es un año de incertidumbre y cambio y sólo espero que esas dudas ante lo que se viene y esos cambios no sean a peor sino a algo mucho mejor.

Es la primera vez que siento que la pena se cierne sobre todos. Aun estando en un buen momento profesional, tengo un sentimiento de angustia en el fondo de mi ser siempre que pienso en el futuro. Como yo, la mayoría de la gente que me rodea, de una forma u otra comienza a exteriorizar un nerviosismo que ha permanecido oculto durante los primeros años de recesión.

No quiero ser negativa, porque  como ya he dicho, tengo la esperanza de que las cosas empiecen  a mejorar para todos. Sin embargo, creo que hoy, más que nunca, tenemos que EMPATIZAR (sí, con mayúsculas). Tenemos que tender un brazo y poner el hombro al que está junto a nosotros, no solo porque en cualquier momento necesitaremos lo mismo, sino porque más que el dinero, las personas necesitamos tener esperanza.