jueves, 24 de marzo de 2011

Una vía de escape...

Desde el comienzo del 2011 he escuchado a multitud de personas asegurar que la entrada de año estaba siendo, si no de lo peorcito, al menos muy mala. Y es que no es sólo la situación de presión a la que nos vemos sometidos desde las altas esferas (medios y demás plataformas de gran alcance), sino que en el nivel psicológico, todos, y digo, todos, nos estamos volviendo un poco locos.
Voy a empezar de nuevo,  todos los días nos levantamos, ponemos la radio, la tele o encendemos el ordenador. Mierda y más mierda, desastres naturales, guerras civiles/mundiales, crisis, más crisis, y un largo etcétera que no me apetece continuar porque me deprimo. Pero todo eso es como muy abstracto, todo pasa, nos bombardean, nos sentimos mal, pero en realidad muy poco de lo que hablan nos toca de verdad. La crisis, y no todo de lo que se discute, nos repercute en nuestra vida cotidiana.
Lo que sí que es cierto, es que en esta ocasión, ese bombardeo ha conseguido hacernos sentir, si cabe, más desamparados  e inseguros sobre lo que se nos avecina: desastres nucleares, más guerras, ¿un cambio de orden mundial quizás?
Y entre todo eso, nosotros, los españolitos de a pie, jodidos por encontrar un trabajo. Aparentemente no tendríamos que preocuparnos tanto, porque al fin y al cabo en este país hay paz y la Tierra parece no estar fijada en hacer “temblar” a la Península. Pero sí, y, desde luego hablando en primerísima persona (con toda la subjetividad que arrastran las pasiones), me he dado cuenta de que el trabajo no es solo una forma con la que pagar las facturas, sino que es la vía de salida, de desconexión, de no caer en el bucle en el que muchos parados estamos cayendo. La desidia.
Es muy curioso como tener tiempo para pensar te cambia. A mí, por suerte,  me está sirviendo para ponerme en una posición observadora y tratar de comprender por qué pasa todo lo que pasa, sobre todo por mi/nuestras cabezas. Y he llegado a la conclusión de que el trabajo, para muchos jóvenes como yo no es solo una necesidad económica, sino una realidad imprescindible para mantener la cordura y el civismo en un mundo en el que sólo lo malo parece ser noticia.