jueves, 30 de octubre de 2014

Poner el culo y dar las gracias (y no me refiero al sexo)

Aprovechando la fiesta del cine -que yo soy muy de celebrar, en general-, ayer me pasé por un par de salas para ver dos películas. Si bien es cierto que ninguna me dejó indiferente, la segunda no consigo sacármela de la cabeza: Relatos Salvajes.

A grandes rasgos, Relatos Salvajes es cine argentino con producción también española, uno de sus protagonistas es Ricardo Darín -cualquier película argentina que traspase fronteras le tiene a él entre el elenco de actores- y, como aspecto novedoso, cuenta con una estructura un poco diferente. 


Sin embargo, va más allá. Hace de lo cotidiano, de lo que todos estamos acostumbrados en nuestro día a día, un verdadero estrés. Esas situaciones tan habituales (que no voy a enumerar para que no os quejéis de spoilers...) se convierten, en ojos de sus personajes, en algo intolerable hasta el límite de que les hace actuar como verdaderos locos, o lo que es lo mismo, lo que a la mayoría nos gustaría hacer en muchos casos pero el civismo nos impide. 

Historias cercanas y lejanas al mismo tiempo que te hacen consciente de lo buenos que son muchos y lo muy malos que son no pocos, especialmente los que ostentan el poder. Sin embargo, este largo te acerca de alguna manera con tu igual, el que está sentado junto a ti en la butaca del cine, te hace fijar un objetivo común, te hace focalizar. Porque, como una gran mujer dice en la película: "Espabilá nena, los poderosos siempre son corruptos". 

Este film llega en medio de plena Operación Púnica -para el que no se haya enterado: más altos cargos del PP que se lo han llevado crudo-, cuando aún coletean las ya famosas tarjetas black y cuando Rajoy, el presidente del Gobierno, pide perdón a modo 'real', como si eso fuera a devolvernos lo robado. 

Es cierto que los desenlaces de la película son exagerados, por lo que no puedo decir desde aquí que quiera nada parecido en la realidad, pero... basta ya, ¿no? ¿Vamos a seguir dejando que nos tomen el pelo -y el dinero- de esta manera? ¿Vamos a seguir jugando al: los otros también lo han hecho? No. Al menos yo no. 

Nos hemos acostumbrado y eso hace que nos resignemos. La idea de que no se pueden cambiar las cosas nos hace permanecer inactivos, pero ese bloqueo emocional tiene que terminar. Es como cuando descubres que tu pareja te engaña después de años de relación. Te planteas si es tan grave como para terminar con todo, lloras, te preguntas cómo no lo viste y, en el mejor de los casos te enfadas y ese enfado es el que te lleva a coger las riendas de la relación y mandarla a la mierda, romper con todo. Sin esa llama no hay fuego. 

Con lo que estamos viviendo es igual. Ahora llega una época de elecciones importantes. Va a ser un año movidito -y, maldita sea, no estoy en ningún medio de comunicación para contarlo- y tenemos que estar muy enfadados. Tenemos que mandarlo todo a la mierda y salir del letargo en el que unos cuantos han conseguido sumirnos (políticos a través de las amenazas de 'una alternativa que es mucho peor', medios que relativizan lo grave y agravan lo relativo, instituciones y empresas que se encargan de organizar nuestras necesidades, etc.).

Relatos Salvajes ha llegado en el momento oportuno. Muchos la verán como una comedia argentina con retazos tarantinianos o almodovarianos, según los ojos de cada uno. Sin embargo, puede servir para que otros tantos se quiten la venda, entiendan su propia resignación y se enfrenten a ella. 

Veremos si este próximo año hay cambios o seguimos poniendo el culo y dando gracias, y no me refiero al sexo.


miércoles, 8 de octubre de 2014

Mi isla bonita

Acabo de regresar de uno de los viajes más bonitos que he hecho en toda mi vida, pero como sucede siempre que vuelvo con buen sabor de boca, no ha sido tanto por el 'continente' sino por el 'contenido'.

Cerdeña me ha enamorado. ¿O debería decir Sardigna? O mejor... ¿debería decir que los sardos me han enamorado? Y no me refiero a esos machotes de acento italiano que adoran la comida, me refiero a sus habitantes en general, hombres y mujeres humildes con un alma tan transparente como el agua que baña sus costas.

He tenido el privilegio de pasar una semana con una gran amiga y su familia. Ellos, la familia Sanna (que es como aquí Rodríguez o González, es decir, hay miles), viven en una preciosa casa a las afueras de Sassari, al noroeste de la isla y, a pesar de las dificultades lingüísticas, me han hecho sentir como una más.

Con ellos he podido ver de cerca, o casi desde dentro, cómo se vive y se siente en un lugar tan cercano pero a la vez tan desconocido para la mayoría de los españoles.

Cerdeña es distinto al resto de Italia. Sí, tiene ese 'no sé qué que qué sé yo' latino (gastronomía, buen clima y gente que habla alto y conduce fatal), pero es diferente.

Esta isla, la segunda más grande del Mediterráneo y con poco más de un millón y medio de habitantes, es como un regreso a esa época en la que la gente no iba con prisas a todas partes, en la que había lugares sin cobertura y las señoras de los pueblos se juntaban a tejer en las puertas de sus casas. Un tiempo en el que todo era más simple.

Las carreteras son serpenteantes en la mayoría de los casos, siempre mal definidas y en muchas ocasiones presentan más de un socavón. Pero no importa, son exactamente lo que necesitan sus habitantes para recorrer sus playas de arena blanca y agua turquesa, o sus pueblos descolgados en laderas rodeados de viñedos y olivos.

Su gente está hecha para utilizar esas carreteras. Es tranquila, se toma su tiempo para todo, especialmente para degustar un buen trozo de queso -para lo que siempre se hace un hueco-, se adapta a las situaciones con todo el buen humor que puede sacar y es mucho más que hospitalaria: te hacen sentir uno más.

"Vuelve cuando quieras"; "Te esperamos el próximo verano, y trae a tus padres"; "Vente un tiempo y así ya aprendes a hablar también italiano, o mejor, sardo", no han parado de repetirme durante mis últimos días allí, frases siempre acompañadas de una amplia sonrisa.

Quizás sí tenga que aprender italiano; a lo mejor he descubierto mi nuevo sitio para desconectar; puede que en Cerdeña haya encontrado una pequeña familia a la que tendré que volver a visitar. Gracias a Simona y a los suyos, gracias a ellos he podido descubrir mi 'isla bonita'.