jueves, 11 de agosto de 2011

El ave Fénix

Ayer cené con un viejo amigo, bebimos unas cervezas en su casa y nos pusimos al día de los últimos acontecimientos vitales de ambos (quizás no muy vitales, pero lo que nos toca por ahora… ya sabéis, trabajo, verano, amigos y amor).

La verdad es que estoy viviendo un momento bastante bueno, con sus cosas, desde luego, pero tras el invierno de tristezas y problemas no tan problemáticos, me siento muy bien. 

Sin embargo la sombra del final siempre está rondando mi cabeza. Disfruto el día a día, trato de no pensar demasiado en el mañana, pero ahí está. ¿Qué va a pasar? En octubre seguramente esté otra vez sin empleo. ¿Conseguiré hacer un máster? ¿Me iré a Barajas a por el primer avión que vaya al menos a 10.000 kilómetros de distancia? ¿Terminaré poniendo copas en su oscuro bar de Madrid? Y lo que es más importante, quién estará ahí para echarme una mano para levantarme o me ofrezca un hombro donde llorar (me retracto de esto último, no es muy de mi estilo, sería más bien “que me ofrezca un vaso con whisky y dos hielos, por favor”).

La gente siempre viene y va, y hace tiempo que me acostumbré a ello. Sobre todo, porque tengo suerte de tener un grupúsculo de gente a la que hago feliz y me acompaña a cada paso que doy. También tengo la sensación de darme continuamente de bruces contra la misma pared, como buena humana que soy, tropiezo varias veces con la misma piedra. 

Sin embargo, como dijo mi amigo, yo siempre renazco como el ave Fenix. Me caigo y me levanto, sola (las menos, aunque me parezca que sí, nunca estoy sola) y acompañada en el mejor de los casos. Pero lo hago y es lo único que importa. Porque como los niños, tienen que caerse mil veces antes de aprender a andar correctamente, los no tan niños seguimos haciéndolo psicológicamente para llegar a comprender realidades más importantes.

Así que este post se lo dedico a todos los que se caen con el gusto de saber que al levantarse van a seguir tan optimistas como siempre y sabiendo que las heridas, más tarde o más temprano, cicatrizan. Y a esos amigos que me hacen más fácil volver a enderezarme.