lunes, 9 de noviembre de 2015

Vivir es actitud

Quizás no tenga un sentimiento muy intenso de pérdida, porque lo cierto es que en los últimos años no tuve una relación muy estrecha con él, pero hoy siento una tristeza tal con la que no consigo parar de llorar. Ayer perdimos a mi primo Isma. Ayer perdimos a alguien que no debía marchar. Ayer perdimos a una de las personas con más ganas de vivir que he conocido nunca.

Tenía 20 años. Era mi primo pequeño de la familia de mi padre, el único más pequeño que yo por ese lado, el más pequeño de todos los Alonso.

Isma nació cargando ya con la enfermedad en su corazón -por no entrar a describir con un intento de términos que desconozco lo que le ocurría exactamente-. Cuando nació en Valladolid fue inmediatamente enviado a La Paz, y ese hospital se convirtió en su segunda casa.

Lo más curioso de todo, es que, a pesar de estar ingresado cada dos por tres, de tener un ritmo de vida muy lejos del que le tocaba por su edad, de ser consciente del dolor de su madre, su madre y sus hermanas por el desarrollo de su enfermedad, a pesar de todo eso Isma era tremendamente optimista. Era tan optimista que irradiaba luz. Era tan optimista que cualquiera que tuviera ocasión de conocerle se quedaba prendado de él.

Quería ser periodista -al menos hace algunos años- y, ¿humorista? Claro que sí. Aunque eso ya lo era, porque en ese optimismo, en esa búsqueda constante del lado bueno de las cosas, desarrolló una excelente capacidad para contar chistes y hacer pequeños monólogos.

No voy a entrar a describirle, porque, aunque me da pena, reconozco que no le conocía tanto,  pero para quienes lean esto y no lo conozcan de nada, necesitaba ponerles en situación.

Pues bien, a pesar de ser un tipo especial como ninguno, con una vitalidad fuera de lo normal y una valentía inconmensurable para decidir someterse a un trasplante de corazón en el delicado estado en que ya estaba, lo hizo. Isma luchó como nadie. Aún sabiendo los riesgos, porque los conocía y le asustaban mucho, pero no lo suficiente como para no intentarlo.

No salió como todos esperábamos.

Su muerte ha sido un mazazo para toda una familia y un pueblo que estaba convencido de que, como en otras ocasiones, Isma podría ganar. No fue así, ¿o sí?

Una plaza llena de gente ha sido la muestra de que en realidad Isma de alguna manera sí que ha vencido. Su lucha no ha sido en vano. Nos ha enseñado a todos que vivir es una actitud y él rebosaba actitud. Por eso todos hemos querido despedirle.

Siento haber pensado que podría conocerle durante más tiempo y no haberle prestado toda la atención que merecía. Lo siento en lo más profundo de mi ser. Pero hoy, como a veces, aunque no muchas, me he sentido orgullosa de alguien de mi sangre. Hoy me he maravillado de su fuerza y de la de su madre, padre y hermanas -y hermanos políticos, aunque no me gusta incluir político en algo tan bello como la familia- y me he avergonzado por esos problemas tontos que a veces nos hacen no ver lo afortunados que somos.

Yo escribo y hasta ahora no sabía que decir, por eso me he obligado a vomitar los pensamientos que llevan horas aplastándome el cerebro, esos que agotan, que provocan malestar. Lo he hecho porque es lo mínimo que puedo hacer ya a estas alturas.

Isma, este post es para ti, se me ha echado el tiempo encima para hacerte un hueco, pero ya está. De hecho, siempre estarás.

martes, 3 de noviembre de 2015

Reír

Es curioso cómo nos olvidamos de las cosas más cotidianas y ni las echamos de menos.

Hace dos días Hugo -mi pareja- me miró sorprendido y sonriendo mientras me reía a carcajadas viendo una película. No era la más divertida, ni si quiera era lo suficientemente mala como para que me hiciera gracia. Era una comedia, sin más. "Nunca te había oído reír de esa forma", me dijo mientras él también sonreía.

Ayer tuve un ataque de risa. También con él o gracias a él, aún no lo sé. Pero lo cierto es que hacía años que no me pasaba.

Por cosas de la vida -o la vida misma, que es compleja de narices- hace tiempo que no soy la "niña risueña" que mi madre dice que era. Fui así y ya no lo soy -no lo era-. Creía que esa seriedad era fruto de ver y vivir la crueldad en las personas, de sentir la violencia del drama ajeno, de mirar más allá de la zona iluminada. Creía que era madurar.

Sin embargo, yo era consciente de que no todo podía ser de repente tan gris en mi corazón. Por eso comencé a plantearme preguntas para encontrar las respuestas y, por primera vez en mucho tiempo he vuelto a olvidarme de todo y a reír como una niña.

Ayer me di cuenta de que en el fondo de mi ser sigo siendo esa niña. Cuando se me saltaban las lágrimas de la risa, cuando paraba y el simple retazo de un recuerdo inmediato me hacía volver a reír sin parar y cuando por fin fui capaz de parar y sentía dolor en el abdomen.

Yo reía y vuelvo a hacerlo. No sé si hay un solo motivo o varios pero creo que empiezo a darme cuenta de que, efectivamente, aunque haya mucha mierda en el mundo, aunque nos pasen cosas horribles, la vida es única, preciosa y, sobre todo, corta, demasiado corta para no hacerlo.