Esta mañana se ha vuelto más intenso ese sentimiento que me acompaña desde hace meses (o años): la frustración. Hoy vuelvo a estar frustrada. Muy frustrada.
He intentado no ser dramática y mirar el lado bueno de las cosas, pero siempre me vuelve la misma sensación, la de dejar que la vida me lleve y no ser yo la que la controla.
Dejé el periodismo en enero para embarcarme en un proyecto de comunicación institucional. Era suculento teniendo en cuenta que las alternativas eran irme del país a trabajar de periodista en otro sitio. Creí que podría encontrar otro camino que me satisficiera mínimamente, llevaba demasiado tiempo empeñada en ser periodista y quizás me estaba equivocando. Al menos eso pensaba.
Tenía miedo. He dedicado más de ocho años de mi vida a esa profesión y sentía que una de dos, o no tenía los contactos adecuados o, mucho peor, no valía.
Así que no lo pensé demasiado y empecé a abrirme camino por otro lado. "Es lo mejor que has podido hacer según están las cosas", me decían unos. "Siéntete afortunada", comentaban otros. Sin embargo, siete meses después no sólo no he conseguido ser feliz con esto (es dinero, nada más), sino que además he conseguido que el sentimiento de desasosiego aumente al ver cómo me alejo de lo que realmente me gustaría hacer el resto de mi vida: escribir.
El día que abdicó Juan Carlos I habría matado por estar en una redacción, y simplemente estaba desayunando en una cafetería cerca de mi oficina cuando Rajoy hizo el histórico anuncio. Todas las noches me acuesto tratando de averiguar qué he hecho mal para no conseguir abrirme camino. Cada mañana, al sonar el despertador me pregunto qué taras me llevan a no poder ganarme la vida y ser feliz con ello. Y con cada día que pasa, esas ideas, esas sensaciones y esos sentimientos solamente hacen que aumentar.
Es frustrante. Muy frustrante.
Porque escribir relaja, entretiene, libera la mente, ayuda a reflexionar. Porque leer relaja, entretiene, libera la mente, ayuda a reflexionar y te enseña cosas. Y, sin andarnos por las ramas, porque es aburrido no quejarse... y mucho menos en los tiempos que corren
jueves, 28 de agosto de 2014
martes, 19 de agosto de 2014
La mujer y el miedo
Si hay algo que me traje de Buenos Aires después de un año
viviendo allí fue el sentimiento de desasosiego, de inseguridad, de miedo. Por
suerte, duró poco.
Recuerdo volver a Madrid y salir de fiesta y alucinar al
escuchar como mis amigos y amigas me comentaran tan tranquilos que volvían a
casa caminando solos ¡por la noche! Allí no se podía. O eso se comentaba. A mí
nunca me pasó nada (ni me robaron el móvil si quiera), pero es cierto que me
habían “aterrorizado” tanto que tampoco tenté demasiado a la suerte.
Todos los porteños me advertían: “No lleves joyas o adornos
que parezcan caros”. “Evita mostrar demasiado dinero junto en público”. “Mira a
tu alrededor antes de entrar en el portal”. Y así un sinfín de consejos
aterradores para una chica de pueblo acostumbrada a caminar sola como si tal
cosa.
Mientras estaba allí actué conforme a lo que se me había
sugerido, pero al regresar a España, no entendía la tranquilidad de la gente
que me rodeaba. ¡Volver a casa sola! Estaban locos… pero claro, yo lo hacía
antes y tenía que adaptarme (de nuevo) a la vida en mi ciudad. No me costó
mucho. Sin embargo, aunque el miedo desapareció en cuestión de un
par de fines de semana, mantengo el recuerdo de la sensación de vivir con él.
Estos días, tras leer en los periódicos lo de la violaciónde una chica en Málaga y el desafortunado cúmulo de propuestas de supuesta seguridadfemenina que ha publicado el Ministerio de Interior, he vuelto a recordar ese
sentimiento.
El miedo lleva a la gente a no hablar, a no quejarse, a
aguantar y a tratar de pasar desapercibido por la vida. El miedo es terrible
para el ciudadano pero perfecto para el gobernante. El miedo es el germen de
los/las sumisos sociales.
Yo vivo sola. Viajo sola. Vuelvo sola a casa por la noche (¡qué
remedio!). Así que, por lo visto, soy carne de cañón para convertirme en víctima
de una violación, según el Gobierno de España.
Entiendo, con ese listado de propuestas, que lo que
verdaderamente tendría que hacer es buscar novio (o guardaespaldas, llámalo
como quieras). Un hombretón que me proteja de los maleantes de las calles de
Madrid, que me lleve de compras y, ya de paso, que me anime a vestir un poco
más recatada “porque se pone celoso cuando los otros me miran”. TACHÁN. Asunto
arreglado. Yo no tiento a la suerte y todo nos va mejor a todos: el hombre
siente que vuelve a cumplir su cometido en la sociedad, la mujer deja de intentar
ser libre y con un poco de suerte hasta baja el paro y aumenta la natalidad de
los españoles de verdad.
Pero, yo me pregunto (lástima, no soy tan fácil de
convencer): ¿No sería más fácil que nos educaran para ser valientes e
independientes y, de paso, saber defendernos en caso de necesidad? Porque al
final parece que la mujer es siempre el problema y la solución.
La mujer es una inconsciente al ir sola por la vida porque
todos sabemos que el hombre por naturaleza es lascivo, bastante animal (de ahí
que no pueda contenerse) y, por lo visto, un poco cortito, ya que le cuesta
aprender normas sociales.
La mujer no es el problema, y su libertad tampoco. Si hay
violadores, habrá que luchar contra ellos, no aconsejar a las mujeres para que
no les ataquen. Eso no quiere decir que seamos unas inconscientes y vayamos por
la vida como si tal cosa, esa actitud no debe tenerla nadie hoy en día. Pero ya
está bien de que nos traten por gilipollas porque, querido Gobierno, las
mujeres estudiamos, trabajamos, parimos, abortamos, follamos, conducimos coches y
miles de cosas más porque tenemos cerebro y sabemos usarlo. No hace falta que
nos proteja más.
Etiquetas:
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