martes, 14 de diciembre de 2010

El fenómeno sin análisis

El pasado domingo día 12 de diciembre pude disfrutar del conciertazo de Lady Gaga. Digo esto porque me parece increíble la crítica que un medio tras otro están haciendo del evento.
Y  es que siempre vuelvo a plantearme las mismas preguntas. ¿Por qué cuando algo es multitudinario es criticable?, ¿por qué no hay estudios serios ante fenómenos como el que ahora acompaña a esta artista?, ¿por qué el futbol es loable y un artista extravagante no?
Lo que quiero decir es que siempre nos olvidamos de lo que supone la cultura pop, pero no el pop de sus comienzos, la pop de popular, de lo que le gusta a todo el mundo.
Es muy fácil ir de súper entendido y no entender nada. Eso es lo que yo siento cuando leo las reseñas del concierto en medios como El País, El Mundo o Público. Todos hacen referencia a los “parones” para que la diva se cambiara de ropa, los excesivos cambios de vestuario, la poca importancia que da a sus acompañantes en el escenario…  pero todo es mentira. Hasta el momento no he hablado con nadie que no saliera totalmente deleitado del espectáculo que no es para menos.
A donde quiero llegar es que en Madrid, tras Barcelona, más de 15.000 personas fueron a ver a Lady Gaga, cada uno con sus razones. En mi caso porque me fascina como alguien consigue encandilar con su trabajo, ya sea un producto fruto de esta cultura comercial. Pero la realidad es que allí estábamos, y como nosotros, miles de personas en todo el mundo.
No creo que sea la mejor artista del planeta ni hoy ni nunca, pero creo que en estas ocasiones nos dejamos fuera un aspecto muy importante, que es el de preguntarnos por qué tanta gente queda fascinada por fenómenos así. No un por qué superficial, que perfectamente podría ser que “está de moda” y ya está. Yo me planteo esto porque en mi caso yo no decidí pagar esos 72 euros porque “está de moda”, sino porque hace espectáculo, un tipo de espectáculo, que sin comparar con otros artistas, es impresionante.
Tampoco creo que la gente que estuviera allí tratara de ver a la nueva Madonna, porque ella es de otro momento y otras circunstancias y llegó, o más bien, ha llegado a lo más alto. Pero Lady Gaga es otra cosa.
Con una escenografía que bien recuerda a la estrategia publicitaria de Hitler, Gaga se dirigió a todos los allí asistentes para “hacernos más libres”. Muchos opinaran que es una diva cuando hace ese tipo de cosas, pero realmente alguien se cree que hace todo esto sólo por sentirse una “superstar”? Sinceramente yo no lo creo, y no lo creo porque es la primera artista que se ha nutrido de la basura de la fama para elaborar un discurso.
En su día estuve en un concierto de U2 y pregonaban por la Pobreza 0 (las entradas oscilaban los 50 euros entonces…). En esta ocasión Lady Gaga invitaba a los presentes a quererse a sí mismos.
A mi todo esto me parece una estrategia de marketing no solo perfecta, sino novedosa. Pero lo que más me llama la atención es la forma en que la gente se echa las manos a la cabeza ante este tipo de discursos. Precisamente hoy que la sociedad en la que vivimos prima el  ser más alto, más guapo, más listo y más exitoso, la mayoría de la gente tiene “asuntillos” en su cabeza que deben tratar con psicólogos y demás especialistas. Esto, queridos amigos, es nuevo, simple producto de nuestro modelo de vida y de sociedad. ¿Realmente está tan mal que alguien pregone lo contrario? Y si esa que pregona por lo contrario, además llena estadios y vende millones de discos, ¿no habrá que ahondar más en el análisis de su éxito? Creo firmemente que vivimos en un mundo enfermo en muchos sentidos, la gente necesita ídolos, necesita diversión para escapar de la realidad que nos golpea y me parece que en vez de ver todo esto como una posibilidad de estudio y reflexión sólo se utiliza para aquellos que se creen intelectuales para que refuercen su idea de que son mejores que el resto de los estúpidos que siguen o seguimos, que disfrutan o disfrutamos con personajes como Lady Gaga.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Cuando la razón quiere salir pero la locura no le deja

La verdad es que no quería empezar mi nuevo blog con profundidades psicológicas, pero la nieve, la Navidad y, sobre todo, mi situación actual me invitan a hacerlo.

Hoy me pregunto, ¿qué sentirá el padre de familia, el hipotecado, la madre soltera… todos esos parados? Últimamente me obligo a recordarme que, aunque mi personalidad me haga difícil estar sin nada que hacer hasta que el deseado trabajo aparezca, soy muy afortunada.

Siempre lo he considerado así, ya que la vida que he podido llevar, el mundo que se me ha permitido disfrutar ha sido prácticamente perfecto. Algo que no es así para millones de personas, no solo en otros países, sino a mi alrededor, en mi mismo país.

Yo me he obligado cada día a exteriorizar esa felicidad, ya que me parece lo más justo. Ya que yo puedo serlo, al menos debo vivir consecuentemente, me digo cada mañana. El problema es que últimamente, por razones ajenas a mi persona, me cuesta más trabajo.

Sin embargo, entre razonamiento y vuelta de tuerca (como apunta hoy el diario Público...) siempre llego a la misma conclusión: independientemente de todo, sigo siendo muy afortunada. Porque me frustro porque me gustaría tener algo que hacer, desarrollarme como profesional, empezar una vida adulta (o pre adulta, como prefiráis). Pero en realidad no tengo ninguna presión económica real.

Mi vida sigue igual, más o menos, sin domicilio fijo y sin rumbo claro, pero igual que siempre. Llegará un momento en el que me salga un trabajillo, o empiece un máster, o me vaya a estudiar idiomas. Es decir, más de lo mismo, sin agobios, simplemente desarrollándome. Pero aquí es donde la angustia me atrapa, ¿cómo lo llevaría si en realidad necesitara ese ansiado trabajo? He decidido que no es justo para todos esos millones de personas que sí lo necesitan que yo esté agobiada.

Con este post, lo que intento es, no solo echar un poco de luz a mis ideas, sino proponer un tema de reflexión más allá de lo que hay. Tenemos que echar todos juntos adelante, pero muchos también tenemos que pensar que en el fondo somos unos grandes afortunados.