martes, 28 de julio de 2015

Años complicados

Siempre se ha dicho que después de tocar fondo, lo siguiente es subir. Si es cierto -y creo firmemente que lo es, lo que sucede es que a veces lo que parece el fondo no lo era...- ahora mismo una empresa de guitarras con solera -cuyo nombre no voy a mencionar- está despegando hacia las estrellas, de donde nunca debió bajar.

Muchos os preguntaréis de qué estoy hablando. Yo no sabía nada de ella hasta hace un par de semanas, cuando me incorporé a mi nuevo empleo. Sin embargo, resulta que es una de las empresas de fabricación de guitarras más antigua de España.

Quizás a los más apasionados de la música les venga algún nombre a la mente. No era mi caso.

Pues bien, esta mañana me he acercado con algunos compañeros hasta su fábrica. Unos 8000 m2 de instalaciones, unos mil grados -es lo que tiene hacer estas cosas en pleno julio-, una veintena de trabajadores y un millón de olores. Olores a maderas desconocidas de las zonas más exóticas del Globo, maderas en proceso de secado, maderas serradas, maderas barnizadas. Un millón de olores y cada uno diferente.

Teo, lutier de profesión y nuestro guía personal, siente la fábrica como suya. "Han sido años malos, pero de aquí en adelante va a ir todo mucho mejor, vamos a trabajar duro todos juntos", nos explicaba conteniendo las emociones.

La crisis y antes de la crisis la fabricación a gran escala, la búsqueda de abaratar un producto que no merece ser abaratado, las modas musicales... Este sector se ha visto vapuleado y junto a él sus empleados. Han sido años duros, exacto, pero sus guitarras siguen manteniendo esa esencia tan flamencona, tan española, tan nuestra. Sus manos y las de los suyos manipulan, no, acarician las maderas, las tocan con un erotismo casi sonrojante, para hacer de ellas instrumentos de una belleza indescritible.

(Continúa después de la foto)

Yo no sé tocar la guitarra. Tampoco soy una amante del flamenco. Pero sé lo que es tener pasión por algo, sentir que eso hace que la vida de uno tenga sentido. Para estos lutiers su vida es la guitarra, en singular, como bien supremo, como arte, como forma de vida.

Han sido años complicados, sí, pero ya está. Empieza una nueva etapa.





martes, 21 de julio de 2015

Un capricho perfecto al estilo de Don Draper

¿Quieres sentirte por unas horas como el director creativo de Sterling Cooper en Mad Men pero sin salir de España? Sólo tienes que acercarte a la capital.

¡Taxi! A la Plaza de las Cortes número 7, a The Westin Palace, Madrid.

Este hotel vigía del Congreso de los Diputados en Madrid es un referente en la capital. Su pequeña escalinata de entrada, que siempre está escoltada por un botones impecablemente vestido, sirve de umbral entre el bullicio del centro madrileño y la calma de uno de los hoteles más lujosos de España.

Pero, ¿qué tiene de especial The Westin Palace, Madrid o el Palace como popularmente es conocido, que le convertiría en el destino elegido por Don Draper para escapada en Madrid? Su aire clásico mezclado con una constante búsqueda por la diferenciación y la excelencia.

Viajar a otra época

Un hall con murales en las paredes, flores frescas en la mesa de centro, huéspedes de todas las nacionalidades y las omnipresentes lámparas de araña. Entrar en el Palace es vivir la contradicción de viajar a 1912 y sentirte más en el siglo XXI que nunca.

De hecho son las 13.30 de un domingo de marzo; estamos en 2014.

Al fondo, tras cruzar el hall que sirvió de improvisado hospital durante la Guerra Civil, se intuye, por su distinta y atrayente luz dorada, el lugar más emblemático del hotel: la cúpula de cristal. A su izquierda, su famoso 1912 Museo Bar que mantiene el estilo años 50 en el que apetece obligado un whisky con hielo para disfrutarlo en la barra charlando con alguno de los camareros. Aunque eso será más tarde.

En la puerta del enorme espacio bajo el techo de cristales dorados y azules, coronado por un enorme rosal –también de cristal-, se puede ver un cartel en el que se lee “Opera & Brunch”.

Cada domingo desde hace algunos años, y adelantándose a la moda de los brunch (mezcla de las palabras inglesas breakfast y lunch, desayuno y almuerzo) que ha llegado a Madrid desde el mundo anglosajón, el Palace ofrece a cualquiera que cruce su hall, un buffet libre de exquisiteces amenizado por un espectáculo de ópera y el acompañamiento de un piano.

Ópera y más

Aún quedan mesas vacías, es pronto, hasta las 14.00 no empezará el concierto. Sin embargo, todo está listo. Los camareros vuelan por la sala rellenando copas con cava mientras los clientes comienzan a acercarse a la zona del buffet para decidir por dónde empezar.

También hay quien ha preferido tomar un café de la cafetería mientras hace tiempo para que empiece la ópera. El Palace anuncia un brunch con ópera, pero no cuenta que cualquiera puede disfrutar del espectáculo sin necesidad de pagar por este curioso menú. “Hay mesas vacías reservadas a quienes quieran comer de la carta o simplemente tomar algo del bar”, comenta Marta Rufo, una de las camareras.

Uno de los cocineros se acerca a la barra con los canapés y el marisco y una mujer le pregunta por uno de estas pequeñas delicatessen. “Son berberechos, es Bloody Mary con berberechos”, contesta sonriente bajo su gorro blanco y continúa colocando todo.

Nada falla. Ni siquiera la luz que entra a través de la cúpula, una bóveda que sirve de altavoz arquitectónico a la soprano Ayelén Mose, quien a las dos en punto comienza a cantar y consigue que momentáneamente se haga el silencio en el edificio. Por algo es el único hotel de cinco estrellas de la capital que luce con orgullo la Q de Calidad Turística, el único distintivo de certificación de servicios turísticos en España.

Un sitio “para dejarse ver”

Sin embargo, no se puede obviar que el restaurante del Palace ha sido y es un lugar para reunirse y “dejarse ver”, como explica Paloma García, responsable de comunicación del hotel, por lo que instantes después los comensales de cada mesa continúan con sus conversaciones.

Se pueden ver familias con niños pequeños, parejas, hombres y mujeres de negocios, estrellas de la tele y alguna que otra turista solitaria… en definitiva, cualquiera que quiere sentirse como Don Draper (aunque sea con los niños a cuestas, no todos pueden dejarlos con una niñera).

Pasan los minutos. O mejor dicho, vuelan, igual que los camareros que no paran de servir bebidas y recoger platos vacíos. Los gazpachos de manzana comienzan a terminarse, el cocinero repone por segunda vez la bandeja de raviolis de calabaza al gorgonzola y nueces. De pronto, tras brindar con todos los asistentes, la cantante da por finalizada su función. Son las 15.30.

Quizás es momento de pensar en acercarse a la mesa de los postres, coronada por una fuente de chocolate, tan de moda. Mouses de chocolate, tarta de tiramisú o torrijas se convierte de pronto en el nuevo centro de atención, previo a los cafés.

Ya va siendo hora de volver al bar. Don Draper se acerca a la barra forrada de cuero, con las luces de cristal verde. –“¿Desea tomar algo?”, pregunta educadamente el camarero más joven. Draper, enfundado en un traje de corte perfecto contesta: –“Sí, tomaré un whisky con hielo”.