miércoles, 8 de octubre de 2014

Mi isla bonita

Acabo de regresar de uno de los viajes más bonitos que he hecho en toda mi vida, pero como sucede siempre que vuelvo con buen sabor de boca, no ha sido tanto por el 'continente' sino por el 'contenido'.

Cerdeña me ha enamorado. ¿O debería decir Sardigna? O mejor... ¿debería decir que los sardos me han enamorado? Y no me refiero a esos machotes de acento italiano que adoran la comida, me refiero a sus habitantes en general, hombres y mujeres humildes con un alma tan transparente como el agua que baña sus costas.

He tenido el privilegio de pasar una semana con una gran amiga y su familia. Ellos, la familia Sanna (que es como aquí Rodríguez o González, es decir, hay miles), viven en una preciosa casa a las afueras de Sassari, al noroeste de la isla y, a pesar de las dificultades lingüísticas, me han hecho sentir como una más.

Con ellos he podido ver de cerca, o casi desde dentro, cómo se vive y se siente en un lugar tan cercano pero a la vez tan desconocido para la mayoría de los españoles.

Cerdeña es distinto al resto de Italia. Sí, tiene ese 'no sé qué que qué sé yo' latino (gastronomía, buen clima y gente que habla alto y conduce fatal), pero es diferente.

Esta isla, la segunda más grande del Mediterráneo y con poco más de un millón y medio de habitantes, es como un regreso a esa época en la que la gente no iba con prisas a todas partes, en la que había lugares sin cobertura y las señoras de los pueblos se juntaban a tejer en las puertas de sus casas. Un tiempo en el que todo era más simple.

Las carreteras son serpenteantes en la mayoría de los casos, siempre mal definidas y en muchas ocasiones presentan más de un socavón. Pero no importa, son exactamente lo que necesitan sus habitantes para recorrer sus playas de arena blanca y agua turquesa, o sus pueblos descolgados en laderas rodeados de viñedos y olivos.

Su gente está hecha para utilizar esas carreteras. Es tranquila, se toma su tiempo para todo, especialmente para degustar un buen trozo de queso -para lo que siempre se hace un hueco-, se adapta a las situaciones con todo el buen humor que puede sacar y es mucho más que hospitalaria: te hacen sentir uno más.

"Vuelve cuando quieras"; "Te esperamos el próximo verano, y trae a tus padres"; "Vente un tiempo y así ya aprendes a hablar también italiano, o mejor, sardo", no han parado de repetirme durante mis últimos días allí, frases siempre acompañadas de una amplia sonrisa.

Quizás sí tenga que aprender italiano; a lo mejor he descubierto mi nuevo sitio para desconectar; puede que en Cerdeña haya encontrado una pequeña familia a la que tendré que volver a visitar. Gracias a Simona y a los suyos, gracias a ellos he podido descubrir mi 'isla bonita'.

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